martes, 30 de octubre de 2012

A TODA MARCHA EL TALLER DE COSTURA RENACENTISTA

El taller de costura renacentista va viento en popa, esta semana finalizan los trajes de mujer de la corte y empiezarán los de caballeros, obispo y músicos.







































lunes, 22 de octubre de 2012

YA TENEMOS EL PRIMER NOTICIARIO

Hoy 22 octubre de 2012,  se publica por primera vez el Noticiario de Aldeatejada.










































Es gratuito, lo podeis encontrar en todos los bares, tiendas, panadería, peluquería, guardería, ayuntamiento y consutorio médico de nuestro municipio.

Esperamos que os guste.





























 Esperamos que guste a todos

jueves, 18 de octubre de 2012

¿QUÉ ES RECREACIÓN HISTÓRICA?

La Recreación Histórica no solo pretende “contar algo”, trata de involucrar al espectador de la Historia en el acontecimiento. No simplemente divulga la Historia, sino que trata de revivirla, con el fin de que el público que asiste a ella “sienta y viva” aquello que se esta recreando, en pocas palabras, que se meta en la piel de los que en realidad vivieron el acontecimiento, ese es el logro de las Recreaciones Históricas.


Por otro lado permitirá “ver y vivir” la historia en directo y en vivo, es decir, introducir al espectador en un ambiente que pocas veces tendrá oportunidad de disfrutar. Es una oportunidad de ver recreado y reproducido como podía ser un día en la vida de nuestros antepasados, fomentando así el interés por ella.                                     

La reconstrucción histórica va mucho más allá del ámbito folclórico, el recreador presta especial atención a la precisión de su vestimenta y material que complementa sus representaciones y por ello, la reconstrucción dista mucho de ser una excusa para disfrazarse. La recreación histórica en vivo o “re-enacment”, aúna dos cualidades: por un lado la información  documental y por otra la parte amena, lúdica, el entretenimiento y divertimento de la película, pero vivida en primera persona y primer plano por el público. Siendo las emociones del acto de la recreación muchos más intensas, fuertes e impactantes que las de las películas y quedando más vivamente grabadas en la mente del público, despertando así su interés y aprendiendo la historia de manera amena, sin esfuerzo y de modo divertido.

Fuente:http://www.arhca.es


lunes, 15 de octubre de 2012

UN POCO DE HISTORIA PARA SITUARNOS


         En 1539, Carlos V, al plantearse la boda de su hijo, piensa en una princesa de Francia, Margarita, o de la dinastía navarra de los Albret, casa real filial de la francesa. Eso en 1543 queda ya desterrado. No se puede pensar en ningún acercamiento a Francia, antes al contrario, dado el estado de guerra existente, cuyo fin se mostraba tan incierto.

Pero Carlos V tiene la idea de que su hijo, si ha de quedar al frente de la Monarquía hispana, como su alter ego, debe casarse, con lo que ganará en hombría. Será como su espaldarazo definitivo a su entrada en la edad viril.
¿Por qué se decidió el Emperador por la princesa María Manuela de Portugal? El Archivo de Simancas nos proporciona, una vez más, la prueba: por la urgencia de conseguir dinero con que hacer frente a los crecidos gastos de la guerra contra Francia. Juan III de Portugal había prometido dotar a su hija María Manuela con 300.000 ducados, de los que 150.000 los pagaría en las ferias de Medina de 1543.  

Pero también influyó en Carlos V la necesidad de afianzar su alianza con Portugal, para tener seguras las espaldas a la hora de emplearse a fondo en las guerras del norte de Europa.
Negociada la boda en el otoño de 1542, el contrato matrimonial se firmaba el 1 de diciembre de aquel año por el embajador español don Luis Sarmiento de Mendoza.
Hubo una primera ceremonia oficial, una boda por poderes, realizada el 12 de mayo de 1543, llevando la representación del Príncipe el embajador Sarmiento de Mendoza. Pero aún pasaría todo el verano antes de que se consumase el matrimonio. Todavía el 10 de octubre se esperaba que la Princesa llegase a la frontera a finales de mes.

Y en ese período de tiempo el Príncipe empieza a gobernar España. Sin duda, según los consejos del equipo de ministros que le había dejado su padre, pero señalando ya también su propia condición, y en todo caso presidiendo las reuniones de Estado e iniciándose en todos sus problemas. Nada firmará que primero no haya meditado.
Desde entonces, las cartas cruzadas entre el padre y el hijo, entre el Emperador y el Príncipe heredero, constituyen la mejor fuente para conocer ese período.
Cobos nos dará cuenta de ello:
Vista esta necesidad —de financiar la guerra—, Su Alteza juntó a los del Consejo de Estado y de la Hacienda, para ver qué servicio podría haber...
Las difíciles materias de Estado quedan en manos de un príncipe joven, máxime con una guerra tan encendida y con el peligro añadido de una ofensiva turca; todo ello, además, con la ausencia del Emperador e incluso sin sus noticias, cosa que alarma y entristece al Príncipe:
No podría V.M. creer la pena con que estoy —es el príncipe Felipe el que tal se lamenta— de haber tantos días que no tengo cartas de V.M...
No obstante, lo que más le excita, hasta el punto de olvidar guerras y ausencias, es su próxima boda. Apenas hay dinero para nada, pero es preciso encontrarlo donde sea para festejar a la novia y para mandarle las regias joyas que tan alta princesa se merece:
Yo mostré al Príncipe las joyas que V.M. señalaba para que diese a la Princesa —ahora es Cobos quien lo refiere—, y está bien contento dello, y mucho más de la joya que de parte de V.M. se ha de dar a la Princesa, después que se haya efectuado su casamiento.
Pero no sólo joyas. ¿Acaso no es preciso poner nueva casa a los desposados? El mismo Cobos se lo recuerda al Emperador, como si se tratara de advertir a un padre cualquiera de lo que estaba en juego:
Es necesario comprar alguna tapicería —le advierte—, camas y otras cosas y otros gastos que se han de hacer, como para hombre que se va a casar...
Eso sí, con moderación en el gasto, ya que los tiempos eran tan malos. («Hacerse ha con toda la moderación que ser pudiere, que todo esto es gasto, pues su consignación no basta a amparar lo ordinario»)
Por lo tanto, la boda próxima, esto es, la otra guerra, la del amor, tanto más excitante cuanto que para el Príncipe es todavía un misterio, si es cierto lo que le confesó a su padre:
... mas porque tengo por cierto —es Carlos quien habla— que me habéis dicho verdad de lo pasado y que me habéis [sic] cumplido la palabra hasta el tiempo que os casáredes...
Y aún le añade que sobre tal materia no haga caso a los que le dirán mil necedades:
Yo os ruego, hijo, que se os acuerde de que, pues no habéis, como estoy cierto que será, tocado a otra mujer que la vuestra, que no os metáis en otras bellaquerías después de casado... 

De modo que el Emperador, como un padre cualquiera, ha tenido una conversación íntima con su hijo. El Príncipe le asegura que es virgen y le promete mantenerse tal hasta su boda, y el padre le exhorta a que tal haga.
¿Cuántas veces no habrá tanteado, preguntado, comentado sobre el amor con sus pajes? En especial con aquel Ruy Gómez de Silva, ¡que le lleva once años!, y que por tanto tiene que estar al cabo de la calle de qué cosa es la mujer y cuál es la vida amorosa.
¡Y ahora el padre le advierte que en ello hay riesgo, y peligro de la vida!
... muchas veces pone tanta flaqueza que estorba a hacer hijos y quita la vida...
Y no son habladurías. Ahí estaba el caso, mil veces contado, de lo que le había ocurrido al príncipe don Juan, el hijo de los Reyes Católicos, algo que Carlos V, como todos, tiene en la memoria:
... y quita la vida, como lo hizo al Príncipe don Juan por donde vine a heredar estos Reinos.
Para evitarlo, Carlos V pone dobles guardianes: a Zúñiga cabe el Príncipe y a los duques de Gandía junto a la Princesa. Pues el quid de la cuestión estribaba en que los recién casados no estuvieran mucho tiempo juntos, que no se produjera entre ellos una explosión erótica como la que había destruido a su madre, doña Juana. Porque en otro caso, ¿quién podría frenar a una pareja joven?
El remedio es —razona Carlos V— apartaros della —de su mujer— lo más que fuere posible, y así os ruego y encargo mucho que, luego que habéis consumado el matrimonio, con cualquier achaque os apartéis y que no tornéis tan presto ni tan a menudo a verla, y cuando tornáredes, sea por poco tiempo...
Esa era la regla que había que cumplir y la que debían recordar Zúñiga al Príncipe y los duques de Gandía a la Princesa.
Porque ¿dónde había ocurrido la muerte del príncipe don Juan? Pues en Salamanca, donde, precisamente, Felipe ha de consumar su boda con la princesa María Manuela. ¿Puede haber algo más estimulante?

Una excitante aventura, desde luego. Y la primera pregunta salta al punto: ¿cómo sería la princesa María Manuela? Tiene la edad de Felipe, y eso ya es importante. Y otro dato a tener en cuenta: María Manuela es portuguesa, como lo era la Emperatriz, la madre de Felipe, lo que da confianza al Príncipe, que claramente declara a su padre que prefiere ese enlace al de aquella princesa de Francia, Margarita de Valois, de la que había oído hablar.
Aun así, todavía era importante saber a qué atenerse. ¿Cómo era la Princesa? ¿Alta, baja, gorda, flaca? Porque al Príncipe no le ha llegado ningún retrato de su prometida, como entonces solía hacerse.
Así que Luis Sarmiento, su embajador en Lisboa, tendrá que mandarle una descripción detallada de la novia, que tal lo requiere la impaciencia del Príncipe. Y Sarmiento le informa:
Es tan alta o más que su madre, muy bien dispuesta, más gorda que flaca, y no de manera que no le esté muy bien. Cuando era muchacha era más gorda. En palacio, ninguna está mejor que ella.
Si ése era el aspecto físico, ¿cuál era el carácter? Porque cosa recia es desposar con una mujer de fiera condición.
Sarmiento tranquilizará al Príncipe:
Dicen todos que es un ángel de condición y muy liberal...
Muy liberal, esto es, muy generosa. Prosigue Sarmiento:
Muy galana y amiga de vestir bien. Danza muy bien... y también sabe latín y, sobre todo, es muy buena cristiana. Y según sus mujeres, es muy sana y muy concertada en venille su camisa, después que tuvo tiempo para ello, que dicen que es lo que más vale para tener hijos.
El embajador se cree obligado a descender a esos detalles: ventile bien la camisa, o sea, tener muy normal su menstruación. Es una especie de espionaje de palacio, para asegurar algo tan importante en cualquier boda, pero fundamental en las regias: asegurar la sucesión.
Una información que no bastará al Príncipe, que querrá ver con sus propios ojos a su prometida antes de que le sea presentada oficialmente. La comitiva principesca había de entrar en Castilla por Elvas y Badajoz y, bien escoltada por la embajada española presidida por Silíceo y por el duque de Medina-Sidonia, ascendería por toda Extremadura (Alburquerque-Alcántara-Coria), para entrar ya en el señorío del duque de Alba. A su encuentro, si bien disfrazado, salió el Príncipe, entonces en Valladolid, y antes de que la Princesa entrase en Salamanca, donde debían celebrarse los esponsales, procuró verla sin ser visto. Lo que parece muy normal, tanto que el propio Príncipe se lo refiere a su padre, el Emperador:
Partí desta villa de Valladolid, a efectuar lo de mi casamiento, a principios de Noviembre, y desde Cantalapiedra, que es cinco leguas de Medina del Campo, me adelanté por la posta para ir a ver a la Princesa por el camino, porque pareció que era bien hacerlo así, llevando en mi compañía al duque de Alba, al almirante de Castilla, conde de Benavente, don Álvaro de Córdoba, don Juan de Acuña y don Antonio de Rojas...
De forma que no es meramente un gesto personal, aunque es de suponer que el Príncipe lo deseara, sino algo que formaba parte del ritual, y por eso no lo hace solo y a escondidas, sino acompañado de lo mejor de su cortejo, como si se tratara de los obligados testigos de aquella operación y los únicos dignos de ella, y de ahí que particularice sus nombres al Emperador.
Felipe y su cortejo franquean la sierra de Béjar para hacer alto en la casa de campo que el duque de Alba poseía en Abadía, y de la que todavía quedan tan notables restos. Y a poco de allí, en la ruta de la plata, en el lugar de Aldeanueva del Camino, se apostan para ver pasar el cortejo de la Princesa. De todo lo cual el Príncipe informa a su padre. No se trata de una acción irreflexiva, propia de la juventud, sino, porque el protocolo lo pide, de que el Príncipe manifieste públicamente sus ansias por ver a la que pronto será su desposada. El Príncipe sentiría, probablemente, deseos de conocerla; pero, aunque así no fuese, tenía que dar muestras claras de ello:
Y así llegué con ellos —con su cortejo; es el Príncipe el que sigue informando a su padre— al lugar de La Abadía, que es del duque de Alba y de allí fui a Aldeanueva, donde vi a la Princesa sin que ella me viese. Luego me vine a un lugar a dos leguas de Salamanca y esperé que llegase la Princesa, que fue martes 14 de Noviembre, donde fue recibida con muy grande regocijo...
Estuve a ver la entrada y fuime a dormir a un monasterio de San Jerónimo, que está fuera de la ciudad.

El anónimo del manuscrito de la Real Academia de la Historia nos presenta toda la fastuosa ceremonia del casamiento hecho en Salamanca: el apoteósico recibimiento a la Princesa, con los diversos arcos triunfales —entre ellos, por supuesto, el de las Escuelas mayores—, el suntuoso cortejo de la Princesa, su alojamiento en Salamanca y el encuentro oficial de los novios, yendo el Príncipe a la sala donde le esperaba la Princesa.
¿Y cómo era la Princesa? El manuscrito de la Real Academia coincide con la descripción del embajador Sarmiento: graciosa de cara, pero poco apuesta de cuerpo, con tendencia a la obesidad, que el testigo anónimo insinúa como «algo gordilla»:
Es S.A. de un rostro algo anchuelo, que tira a francesa, tiene aire: destos nuestros Príncipes, que bien parece que son parientes; es algo gordilla, de buen color y de buen rostro gracioso...
Sospechamos algo de desencanto en el Príncipe. En todo caso, cumplió su deber, acudió a la sala donde le esperaba su prometida y se hicieron los ceremoniosos saludos que exigía el protocolo:
Se fue [el Príncipe] para el aposento de la Princesa, que estaba riquísima en su trono, con sus catorce damas ricamente vestidas. Entraron todos los señores y caballeros delante y besaron las manos a la Princesa... y luego llegó el Príncipe y salió la Princesa de su estrado hasta el medio de la sala y juntos se hicieron sus humillaciones, y dadas las manos se fueron a sentar a su estrado, y pacificada algo la gente, llegó el Cardenal [Tavera] y allí desposólos, y luego tocaron los menestriles y toda la música y anduvieron danzas y duró hasta media noche y danzó el Príncipe y la Princesa, y así se fueron a cenar y a dormir...

Al día siguiente, gran madrugón. El cardenal dijo la misa a las cuatro de la mañana y los veló. Nada de prisas. La ceremonia religiosa duró dos horas y media.
Era ya la hora de los desposados:
Casi hasta las 6 y media se acabó todo y se fueron los Príncipes juntos de las manos al aposento de la Princesa, donde quedaron y dormieron y holgaron, hasta que el Príncipe vino a su aposento..., reposando hasta las doce del día, que se levantó y vistió y salió a comer a la una, vestido de colorado muy recamado y enredado de oro...
Por lo tanto, «folgaron» los Príncipes dos o tres horas en aquella mañana de noviembre, hasta que Felipe, fiel a las instrucciones paternas, se apartó de su joven esposa, para reposar después de tanta brega en su aposento durante tres o cuatro horas.
Y esas fueron las bodas principescas consumadas en Salamanca.
Durante aquella semana no cesaron los festejos: los saraos, las justas, las corridas de toros... Por supuesto, el Príncipe sacó tiempo para visitar las Escuelas. Ya estaba allí, como alumno, un muchacho que, andando el tiempo, se haría famoso, y no sólo en Salamanca, sino también en España y aun en el mundo entero; un joven que había ingresado en la orden agustina y que podría dar nombre al siglo, lo mismo que su Rey. Se llamaba fray Luis de León.

El lunes los Príncipes salieron de Salamanca para fijar su corte en Valladolid, capital de la Monarquía, bajo esta regencia (que como tal la llaman los documentos del tiempo) de Felipe. Su ruta: Alaejos, Tordesillas, Simancas... En Tordesillas hicieron un alto. ¡Allí estaba la reina de las Españas!, aquella desventurada Juana. A buen seguro que María Manuela llevaba la orden de su madre, Catalina, de visitarla y de contarle cómo la encontraba, porque la reina de Portugal no dejaba de recordarla. ¡Y a saber cómo soportaba la reina cautiva su terrible soledad! Pero no sólo sería deseo de María Manuela. Observaremos que, después de su muerte, Felipe también iría de cuando en cuando a visitar a la abuela.

Para Juana la Loca, la visita de sus nietos fue el último momento de dicha, de explosión de ternura, de asidero a los lazos familiares. Las crónicas cuentan que la Reina hizo bailar a sus nietos, aquellos muchachos de dieciséis años, y que «disfrutó harto» con su presencia.
Después, para ella, la soledad, la interminable soledad, que aquella visita vino a romper por una jornada.

En cuanto a los Príncipes, ¿su vida conyugal siguió bajo el control marcado por Carlos V? ¿Fue eficaz la difícil misión de Zúñiga? Los documentos nos hablan de camas separadas y de distanciamientos temporales.
Pero también de instrucciones de Catalina, la madre de la novia, que desde Lisboa se preocupaba de que su hija no engordase.
En su prudencia, no fiándose de ser obedecido en sus instrucciones, Carlos V llega a ordenar la separación a gran distancia: el Príncipe, que siguiera en Valladolid; pero que su mujer, María Manuela, invernase en Madrid. ¡Así se eliminaban los problemas!

No lo veía tan claro Zúñiga, para quien aquel violento remedio podía volverse en contra:
A mí parésceme —se atreve a sugerir al Emperador— que apartándolos algún tiempo las noches y guardándolos siempre los días, que estarían mejor en un lugar, que no tan apartados...
Pues la cuestión estaba en que, si se les alejaba mucho y por tanto tiempo, podía ser que diesen en la guerra del sexo con más furia:
... que sería gran desasosiego del Príncipe, y cada vez que llegase, sería con tal deseo que sería muchas veces novio en el año...
Hubo, al menos, camas separadas de noche y sólo entrevistas públicas de día. Y algo más: una creciente indiferencia del Príncipe hacia su mujer, que el bueno de Zúñiga achacaba a «empacho y poca edad». Pero a Carlos V le llegaron noticias más alarmantes: al Príncipe empezaban a gustarle las salidas nocturnas. Eran sus «desórdenes» juveniles, con el desvío tan notorio hacia la princesa María Manuela, que a Carlos V le llegan los avisos por todas partes:
De la desorden que hay..., le he reprendido..., porque dado que por el presente no fuese ello de mucho inconveniente, serlo ia para adelante, si en esto se hiciese hábito y constumbre...
Y en la misma carta, el Emperador se lamenta de los desvíos de su hijo:
Lo mismo he hecho y haré ahora en lo de la sequedad que usa con su mujer en lo exterior, de la cual me pesa mucho..., y no deja de entenderse por otras partes...
Todo parece indicar que Felipe había iniciado ya su vida amorosa con una de las damas de sus hermanas, posiblemente con Isabel de Osorio. De todas formas, en febrero de 1545, cuando recibe la reprimenda paterna, podía excusarse con que él ya había cumplido.

En efecto, para entonces el embarazo de su mujer era ya evidente. Y el emperador Carlos V se haría eco de ello, con gran satisfacción:
Sea mucho enhorabuena su preñado —el de María Manuela—, del cual me he holgado, como es razón.
Tal escribía Carlos V a Felipe II en posdata autógrafa, el 13 de enero de 1545. Y el César añadía, complacido:
Habéislo hecho mejor de lo que yo pensaba, porque os daba otro año de término...
En efecto, engendrado en el otoño de 1544, nacería el futuro príncipe don Carlos el 8 de julio de 1545. Y cuatro días después moría la princesa María Manuela, a consecuencia del difícil parto sufrido y, posiblemente, por una infección mal curada.

De forma que el Príncipe pasó de la gran emoción de convertirse en padre —si bien con sus dieciocho años puede que no lo sensibilizara plenamente— a la condición de viudo. ¡Extraña situación! La Princesa no había sido, a buen seguro, la mujer de sus sueños. ¡Demasiado gruesa para recordarle a su madre, pese a su nacionalidad portuguesa! Pero, a fin de cuentas, era en aquel cuerpo joven donde el Príncipe había explorado a la mujer y se había iniciado en la vida amorosa, y eso ya era mucho. De forma que bien le podemos creer cuando escribe dolorido a su padre, para darle cuenta de aquella desgracia. Se disculpa de haberlo hecho en principio por mano de Cobos, y le añade en carta del 13 de agosto —un mes largo, por tanto, después de aquella muerte—:
Yo no scribí entonces a V.M. porque la congoxa y pena con que estaba de haber recibido una tan gran pérdida no me dio lugar a ello...
La noticia afectó tanto o más al Emperador, que al final se consolaba pidiendo a los cielos que al menos conservase la frágil salud del recién nacido.
Precisamente de aquel Infante, después príncipe don Carlos, que tanto daño haría al padre:
Estando hecho este despacho —le dice a su hijo desde Worms, el 2 de agosto de 1545— y para partir don Juan de Figueroa con él, llegó el correo con el aviso del fallecimiento de la Princesa, y ya podéis considerar lo que lo habré sentido, así por lo mucho que con razón la quería como por la pena y congoxa que os ha dado.
Y le añade, como temeroso de que no quedara allí aquella desgracia:
Bendito sea Nuestro Señor por todo lo que hace y a Él plega de guardar lo que queda, que no es poca parte de consolación saber cuán cristianamente acabó y que el Infante quedase en buena disposición. Plega a Dios de guardarle, como es menester, y pues lo sucedido es obra de su mano, debámonos conformar con su voluntad. Y así os ruego lo hagáis y miréis mucho por vuestra salud, tomándolo con la prudencia que se debe...
Y así Dios lo guardó, sin duda, pero para harta fatiga y hartos trabajos del padre, pues, al engendrar a don Carlos, Felipe engendró algo más que a su hijo: a la más radical oposición que conoció en su reinado.

                           
                                                                                                     Fuente:” Felipe II y su tiempo” de Manuel Fernández Álvarez


jueves, 11 de octubre de 2012

TALLER DE COSTURA RENACENTISTA

El taller de costura renacentista ya está dando sus primeros pasos, el pasado lunes tuvimos una reunión con la modista y vinieron bastantes personas interesadas en realizar su traje, ayer miércoles estuvimos viendo telas y muchos modelos. El taller comenzará el próximo lunes 15 de octubre, se realizará de lunes a jueves de 16:00 a 19:00 horas, en un local de la casa del cura, situda en la plaza Santa Bárbara nª10 (enfrente de la iglesia).
Todas aquellas personas que esteis interesadas podeis ir, sólo teneis que llevar aguja muchas ganas de coser y mucha ilusión. 

Aquí os dejo unas fotos para que vayais cogiendo ideas: